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martes, 14 de abril de 2009

Perdón, de Lavyrle Spencer


Sinopsis:

Sarah llega al pequeño pueblo de Deadwood con una obsesión: fundar un periódico. Además busca a su hermana que había escapado de su casa cinco años antes y, según sus cartas, se encuentra trabajando en el pueblo como empleada en una casa.
Abrirse paso no es fácil para una mujer sola. Pero éste es sólo uno de los problemas de Sarah. Pronto descubre que, en realidad, su hermana trabaja en un burdel. Sarah decide entonces rescatarla de su triste destino.


Aun sabiendo la complejidad de las historias que crea Lavyrle Spencer, al leer esta breve reseña en la contraportada del libro, estaba convencida de que esta vez no me iba a conmover hasta las médula de los huesos. Craso error. No hay un sólo párrafo en la novela que me deje de producir sensaciones.

El hilo que teje el motivo de esta historia es devastador. Podía haberlo revelado desde el principio y aun así la historia hubiera dado para mucho. Sin embargo, la autora la va tejiendo a poquitos, puntada a puntada, entremezclando la cotidianidad de una ciudad que va creciendo a medida que vas pasando las páginas. Irremediablemente te vas quedando prendida... y prendada.

Con la simpleza que dan unos personajes físicamente poco o nada agraciados, unas casas rudimentarias construidas sólo con el fin de cobijarse, un paisaje tosco y polvoriento cuyo único motivo de vivir allí es el oro y la necesidad de hacerse rico prontamente, una protagonista cuyo mayor atractivo es su coraje, su tenacidad y su inteligencia, un protagonista casi pelirrojo y ¡con bigote! (ay, qué mal llevo los bigotes), con todo esto y mil detalles más pero igual de sencillos y comunes, la señora Spencer crea una estupenda novela cargada, como siempre, de pequeños detalles que te llegan al alma.

Esta es una historia sobre la inocencia perdida y la confianza recuperada. Sobre un amor que perdura en el tiempo sorteando todos los obstáculos del camino. Sobre un amor profundo capaz de vencer a pesar de todo. Sobre el poder de no rendirse, de luchar. Sobre el amor fraternal. Sobre una carga que una de las hermanas guarda secretamente. Sobre volver a empezar.

Me resulta muy difícil explicar la historia sin revelar el motivo que la origina y puesto que la autora la va desgranando lentamente, prefiero centrarme en las sensaciones que me ha producido su lectura. Diré solamente que el libro nos brinda dos preciosas historias de amor. De amor profundo y eterno, de ese que te crees y que cuando cierras el libro sabes que es para siempre (sin necesidad de epílogo ).

No hay escabrosas escenas de cama, es más, son sencillas y sólo hay dos, una por cada pareja. ¿Para qué más? No hace falta. Los sentimientos y las emociones están tan bien relatados... los has ido viviendo con los protagonistas a lo largo del libro con tanta intensidad... Sientes tan inmensamente lo que están viviendo los personajes en su piel, en su corazón, en su alma, que relatar algo más allá de lo que cuenta, pienso que te desviaría de las sensaciones.

La novela, como todas las de Lavyrle Spencer, está bordada de miles de pequeños detalles deliciosos. Siempre me hace recordar vivencias que permanecen dormidas en mi memoria. Ese primer beso que sí, lo recuerdas, pero cuando la autora lo relata paso a paso, lo vives de nuevo pero no con el cariño con el que lo recuerdas, sino con la sensación con la que lo viviste. ¿Hay alguna otra autora que describa mejor los besos?

Pero es que es así con todo.
En cualquier libro, si una autora narrando un momento me dice "una mosca se posó en la taza", paso los ojos por encima de la página y sigo leyendo. Con esta autora no puedo. No sé cómo se las ingenia para hacerme quedarme atrapada en el vuelo de la mosca como lo hace la protagonista. Si el sol de la tarde entra por la ventana, yo veo el sol. Huelo las verduras de la cena, se me mete el polvo del camino en los ojos y en la nariz, tengo hambre, tengo frío, siento angustia, y pena, y me acurruco en la cama con el gato (¡me dan terror los gatos!)
Comprendo las reacciones de todos los personajes. Da igual cómo sean y por qué. Eres capaz de ponerte (te pone la autora aunque tú no quieras) en el lugar de cada uno de ellos. Lo ves desde su punto de vista. Aquí no hay malos ni buenos. No hay malos entendidos, los personajes reaccionan así porque... Y tú lo entiendes. Y sufres y ríes y lloras y cantas, porque la autora te mete dentro de la historia y no puedes escapar.
Y así una, dos, cinco, treinta, cientos de cosas, miles de sensaciones a lo largo de todo el libro.

Desde luego este no es el mejor libro de Lavyrle Spencer. No, ¡pero es tan bonito!. Sin embargo, sí es uno de los mejores que he leído y del que no me desprenderé nunca.
Me ha parecido un libro precioso, pero bueno, era de esperar teniendo en cuenta lo estupenda que es esta autora.


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