lunes, 1 de junio de 2020

Vaticinio de amor, de Christine Cross



Sigo con el corazón encogido después de acabar esta novela. Viajar a la antigua cultura romana del emperador Domiciano, conocer los ritos, saber cómo vivían las vestales y entrar en combate junto a las legiones romanas, ha sido una experiencia maravillosa. Y si digo entrar en combate, es porque solo me ha faltado el caballo y la espada para tomar parte en una batalla final que me ha dejado alucinada.

Me he paseado por las calles, visto las estatuas, disfrutado del olor de los mercados y hasta enfadado con las decisiones de un emperador que no merecía tener el dominio del imperio. He viajado en barco, he visto las costas, sufrido tormentas y maldecido con los penosos viajes en carro.

Pero hablemos de los personajes, que me voy por las ramas.

Lavinia, siendo una niña, es obligada a servir en el tempo de la diosa Vesta. De allí deberá salir cuando cumpla los cuarenta años, negándosele poder tener un esposo y unos hijos. Ella acata las órdenes, pero en su corazón se rebela y sueña con saber lo que es tener una familia propia. Cuando el emperador decide ofrecerla al hijo del jefe de los bárbaros de Caledonia, su destino dará un giro completo, conocerá a un centurión que le quitará el aliento y se verá obligada a olvidarlo por el bien de Roma. Es un personaje tan redondo que no sé cómo definirlo, solo puedo decir que es excepcional.

Marcus no cree en el amor de las mujeres debido a su nefasta experiencia con Julia. Sin embargo, no puede remediar enamorarse de esa mujer orgullosa que se le enfrenta. Pero tiene una misión: llevarla hasta Britania, guardando su vida, para entregarla al enemigo. Durante el trayecto se cuestiona todo por lo que ha luchado hasta entonces: el deber, el honor y su dedicación al imperio. Si digo que me ha enamorado, es posible que Lavinia me arranque la cabellera. Pero me he enamorado. Aunque a veces le hubiera partido la cabeza.

Tengo que hacer mención especial a otros dos personajes, tan importantes como los principales. Lidia, esclava cristiana y amiga íntima de Lavinia. Fuerte, valerosa, honrada y con la sensatez que le falta a su ama, ha conseguido encandilarme. Y Lucius, el casi hermano de Marcus, un pretoriano para no olvidar nunca; mujeriego empedernido, cae rendido ante el amor que acaba sintiendo por la esclava de Hispania. Al igual que Marcus, se replantea su modo de vida como soldado y se pregunta si todo vale con tal de servir a Roma. También a este me hubiera gustado matarlo en más de una ocasión.

La batalla entre las fuerzas romanas y los caledonios es tan intensa, está tan bien descrita, se explican con tanto detalle los movimientos de las tropas antes y durante el ataque final, que incluso he podido oler el miedo de los combatientes.

Una historia para disfrutar desde la primera palabra a la última. Un relato que te pone los pelos de punta muchas veces. Una novela que hace que retengas el aire en muchas escenas.

Y al final, un canto a la esperanza. No os digo la causa, prefiero que la descubráis vosotras mismas.

Gracias, Christine, por regalarnos esta maravillosa historia.

Nieves

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