El hecho de que un espíritu pueda comunicarse con una persona de carne y hueso hace que nuestros protagonistas sean especiales. La energía se dispara a su alrededor y el poder de la mente hace el resto.
El comienzo de la novela es durísimo, la escena es descrita con una viveza extraordinaria y se vive con el corazón encogido. Tras los dramáticos sucesos familiares, empieza para Dargo la mayor de las maldiciones durante y después de su vida terrena.
Dargo desprende la fuerza y el poder de un guerrero. Dominante, imponente y orgulloso, dueño y señor de la región de Killmar y de sus gentes. En vida, fue despiadado con sus enemigos, pero justo y protector con sus hombres y sus súbditos. Lleva siglos vagando por su castillo con el alma en pena.
Cristina abraza el desafío más importante de su carrera: viajar a Irlanda para tasar algunas obras de arte del castillo de Killmarnock. Es una mujer independiente, sencilla, segura de sí misma, amable, pero con un genio endemoniado si se ve soliviantada. Es una mujer racional que, por supuesto, no cree en fantasmas, pero se llevará algún que otro susto. El encantamiento surge nada más divisar la imponente fortaleza. En determinados momentos, experimentará un miedo real porque es capaz de sentir una presencia extraña que le susurra y la roza como una leve caricia.
Le llevará algún tiempo admitir y aceptar que Dargo es sobrenaturalmente real. Librará una dura lucha interior con su parte lógica que le murmura que es su imaginación la que le está jugando malas pasadas, pero su parte espiritual le asegura que ni es su imaginación, ni está soñando despierta. Y es que hay una línea muy fina entre la realidad y el sueño, pero esa línea se desvanecerá cuando se encuentre con Dargo cara a cara. La atracción entre ellos va in crescendo hasta convertirse en una energía electrizante transformándose en un vínculo sutil, pero irrompible entre lo real y lo sobrenatural.
A partir de entonces él la envolverá en un cálido y férreo abrazo. El poder espiritual que ejerce sobre ella los consume a ambos con la certeza de que tendrán que conformarse con ese amor que están viviendo porque no hay otra forma posible de amarse. Las escenas eróticas son sutiles, elegantes, cuidadas, pura poesía amorosa, fuerza vital e intensidad apabullante.
Cristina vive inmersa en otra dimensión, se ha enamorado y lo querría vivo y a su lado, pero sabe que eso es una quimera y que lo que tiene que hacer es hallar la reliquia que pondrá fin a la maldición. Solo así Dargo podrá irse en paz. Eso le rompe el corazón. Dargo también la ama, pero sabe que pronto ella se irá porque él también se habrá ido.
Para romperse, la maldición exigirá el sacrificio último que se puede hacer por amor. Cristina quiere que Dargo encuentre el descanso que tanto anhela, aunque él se resista a perderla: «Si un fantasma puede prometer, yo te prometo que mi amor durará lo que dure la eternidad».
El desenlace se intuye lo que provoca la impaciencia de la anticipación.
En la primera novela de lady Nieves no me esperaba tal fuerza literaria y una emoción tan visceral y cautivadora. No puedo más que rendir mi corazón al Conde Errante.
Silvia Soliño
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