Después de varias novelas de época, la autora vuelve a hacernos disfrutar con un romane contemporáneo. Da igual lo que escriba, siempre consigue que no soltemos el libro hasta la última página.
Marina es una mujer con los pies en la tierra. Sabe lo que le gusta y lo que no y, desde luego, no le gustan los tipos con pinta de macarra. Al menos, eso cree ella, porque cuando se cruza en su camino el camarero de la cafetería a la que acude con sus colegas de trabajo, se le vuelven del revés todas las previsiones. Me ha gustado el personaje porque es de esas mujeres serias que, al mismo tiempo, son divertidas. Su modo de ver la vida no va para nada con el de Raúl, un español que lleva tiempo trabajando en Londres. Pero la atracción es la atracción y cuando las neuronas se revolucionan no hay hijo de madre que las pare.
Raúl es un hombre que ha escapado de un negocio familiar que lo quería anclar y ha decidido buscarse la vida en la ciudad londinense. Es el empleado de confianza de Will, le gusta trabajar en el pub y disfruta charlando con los clientes. Siempre tiene una sonrisa para todos, viste como le da la gana y luce con orgullo un piercing en una de sus cejas que, sin él saberlo, acapara la atención de Marina. La que, por cierto, le parece una pija de pies a cabeza.
La atracción entre los protagonistas es inmediata y, por mucho que ambos quieren evitarlo, no son capaces de resistirse a ella. Lo que al principio les parece a ambos un simple flirteo que siempre acaba en la cama, se va convirtiendo en la necesidad de estar juntos. Cosa complicada cuando él desaparece, por puro miedo, intentando despegarse de esa mujer que lo atrapa con su encanto, y ella decide no volver a mirarlo a la cara.
Es una historia que lees de una sentada porque es amena, divertida y fresca.
Y es que esta autora sabe cómo atraparte.
Nieves
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