¡Qué historia tan bonita! Esta autora me sorprende con cada novela que leo de ella y esta tengo que recomendarla, me ha hecho estar pegada a sus páginas hasta el final. Porque es romántica y sabes que va a terminar bien, pero conocer los pensamientos, las dudas y los anhelos de los protagonistas, poco a poco, ha sido estupendo.
Beatrice es una muchacha dinámica, ama cocinar y se esmera en hacer bien su trabajo cuando la cocinera oficial de los Havilland se pone enferma. Entre plato y plato, va conociendo a Conrad, dejándonos ver, de paso, las diferencias entre los señores y los sirvientes en aquella época. Me ha recordado un poco a Downton Abbey. Para Beatrice lo importante es el amor a su trabajo, a su familia… y el cariño que, día, a día, va aumentando hacia Conrad. Sabe que no es mujer para él, hijo de una poderosa familia, pero no quiere renunciar a esos esporádicos encuentros donde hablan y le cuenta sobre sus hermanas.
Conrad es un hombre roto, no tanto por fuera (tiene una leve cojera y no ha podido volver a tocar el apiano tras un accidente), como por dentro. Ha perdido la ilusión, no quiere reuniones, vive encerrado en sí mismo. Todos le tienen por un ser amargado y extraño, pero la nueva cocinera le insufla el ánimo necesario para empezar a levantarse de nuevo y encontrar el camino de regreso a la vida. Ha sido muy bonito ver como las sonrisas de Beatrice se van devolviendo la ilusión.
De los secundarios me ha gustado la hermana de Conrad, siempre metiéndose en todo, intentando buscarle pareja. Y la señora Fenton, la cocinera, que parece una mujer rígida pero es un pedazo de paz en el fondo. He de destacar a la madre del protagonista; sale poco, pero cuando lo hace es para brillar con luz propia, demostrando que es una dama en todo el sentido de la palabra.
Una historia llena de ternura donde se demuestra que el amor puede derribar barreras.
Nieves
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