La he terminado. Menos mal, porque los cinco días que me ha durado han sido de eso que te dicen: "Niña, ¿qué hay para comer? ¡Agarra lo que sea del frigo! ¿Te preparo algo de cena, ya que no piensas hacer nada? Dame un plátano y listo. ¿No tenías que escribir? Luego. ¿Vienes a la cama? Cuando acabe este capítulo. Eso has dicho hace una hora. ¡Que me dejes, coñe!" Y es que ponerse con una novela de Caliani es perderse en ella y al cuerno lo demás.
Intensa, valiente, insolente, desvergonzada, irónica, tierna, mordaz, tenebrosa, acongojante… Pura aventura en una época oscura, en los idílicos parajes que circundan el Monasterio de Piedra, que atrapa sin remedio. Es un derroche de imaginación.
Me he enamorado por completo de Dino, aunque ya lo estaba. Pero también de Ventas, de la Lobera, de Neuit (perdón, de Don Neuit), de Charlène más si cabe, y de cada uno de los personajes que van apareciendo a lo largo de esta electrizante aventura. También he aprendido unos cuantos tacos más, no voy a negarlo.
Como dice el autor en su nota final: “Si alguna escena os ha llegado a parecer excesiva por explícita o violenta, estad seguros de que era mi intención.” Así que no os asustéis, los seguidores de Caliani ya sabéis cómo las gasta. Solo contened la respiración, seguid leyendo hasta el final de las escenas y después resoplar; no queda otra.
Gracias, Alberto, por una aventura tan estupenda.
Nieves
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