Es la historia de Daniella, la hija de Rosa (la pitonisa de El griego de mis amores). Dani es la tutora legal del hijo de su hermana, y su vida transcurre tranquila, en cierto modo, hasta que las amenazas a su madre (famosa en la televisión griega) obligan al programa a ponerles un guardaespaldas. Guardaespaldas que a Daniella le revienta porque se ve abocada a tener que llevarle todo el día pegado a sus talones. Que el muchacho, americano para más datos, esté como un queso, no importa. O bueno, sí que importa, porque eso la instiga a ponerle las cosas complicadas desde el primer momento.
Jason ha organizado lo de las amenazas con el fin de meterse en casa de la pitonisa y conseguir pruebas de que el pequeño Cole es hijo de su hermano Allen. No es que sea supersticioso, pero las continuas situaciones por las que pasa, los ritos a los que se ve obligado a acudir, las velas negras, las cartas de tarot y una larga lista de cosas extrañas… la mayoría propiciadas por Daniella, acaban casi con sus nervios.
Pero, a pesar de creer que tanto Daniella como su madre están un pelín locas, no deja de advertir que su sobrino está bien cuidado y es un niño feliz. Aguanta por saber la verdad sobre Cole y porque, de paso, puede localizar un arma romana que anda buscando desde hace tiempo.
Seguimos conociendo las islas griegas, a personajes muy graciosos, acabas amando a Cole, y disfrutamos de un romance bonito. Las sonrisas, desde luego, no faltan durante toda la novela.
Voy a por otra más de la serie, que es refrescante.
Nieves
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