He llegado desgarrada al final de esta segunda parte de la trilogía Samsarí. En “Y dónde tú seas, yo seré”, Mia Martin continúa las tramas abiertas en la novela anterior. En esta ocasión, la parte histórica, que tuvo un mayor peso en la primera entrega, se hace a un lado para ceder el protagonismo casi absoluto a la narración contemporánea. La relación de Michela y Roberto se sitúa en primer plano, así como la investigación del teniente de los carabinieri.
La tensión está servida. Por un lado, la investigación de Roberto nos sumerge en el sórdido mundo de la mafia, adentrándonos en una densa maraña de un sistema criminal que abarca desde delincuentes callejeros a figuras prominentes de la vida pública y que se extiende más allá de las fronteras de Italia, conectando con mafias extranjeras. La autora sostiene con brillantez esta parte de la trama, asentada sobre una exhaustiva tarea de documentación, que dota de gran realismo a la historia. Dentro de este oscuro ambiente, asistimos a la lucha heroica de un hombre cada vez más solo, rodeado de obstáculos y de callejones sin salida; un hombre audaz, seguro de sí mismo, poco acostumbrado a seguir las normas, pero leal a los suyos hasta la médula y, sobre todo, empeñado en acabar con esa organización criminal, una lacra de maldad y violencia que contamina todo lo que toca.
En medio de esta lucha, estalla el apasionado romance entre Michela y Roberto, que venía anticipándose en el libro anterior. Sensual y apasionada, la relación entre ambos emerge con una fuerza avasalladora, en gran parte impulsada por la intensidad de Roberto, un torbellino que se abalanza sobre lo que quiere sin medir las consecuencias. Y aquí es donde he podido reconciliarme con el personaje de Michela, que me pareció algo desvaído en la primera entrega. La protagonista evoluciona sin perder su esencia y, aunque por fin asume sus sentimientos y se entrega a la desbordante pasión que los une, es capaz de mostrar la firmeza necesaria para pararle los pies al impulsivo Roberto y no dejarse engullir por su carácter posesivo y exigente. Con ternura y paciencia, Michela proporciona a Roberto calma y equilibrio para afrontar, no solo la oscuridad de su presente, sino también la de su pasado. Al mismo tiempo, reclama para sí misma su propio espacio, que la permita dar cabida a sus necesidades y no quedar anulada por un hombre desmedido que se cree invencible.
La novela tiene una fuerte carga erótica, con alguna escena que se hace algo larga, aunque entiendo su función narrativa como mecanismo necesario para dar salida a tanta tensión amorosa, sobre todo en la primera parte del relato.
El texto incluye un buen número de personajes secundarios con sus propias historias, que se tejen en torno a la principal y sin las que esta no podría avanzar. Los personajes que conforman esta galería están bien definidos, tanto en su carácter como en sus respectivas tramas, y enriquecen el argumento, sin quitarle el protagonismo.
También hay espacio para continuar la trama histórica, aunque, como decía, Licinia y Durato quedan un poco al margen, relegados a unos pocos pero significativos capítulos, en los que vemos crecer y afianzarse su historia de amor y alejarse de la violencia y el odio de la primera parte para dar paso a la ternura y la consolidación de su vida en pareja. Por supuesto, el peligro y las dificultades no desaparecen, están ahí, agazapados, esperando el momento oportuno para saltar sobre ellos, y somos testigos de cómo se ciernen sobre la pareja las sombras de la tragedia.
Mia Martin mantiene la tensión a lo largo de todo el relato, sin dar tregua al lector. La intensidad va en aumento, preparando el estallido final, que vemos acercarse con impotencia y que, aun así, cuando se produce, nos toma por sorpresa, porque abarca todos los frentes abiertos y nos deja colgando del precipicio. Por suerte, ya está publicada la tercera parte y no tendré que esperar demasiado para conocer el desenlace.
Marian Viladrich
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