Si la historia de Jane me gustó, esta no se queda atrás. Porque Constanza Ramsbury es uno de esos personajes que conoces en una novela y sabes que te va a gustar su propia historia. Prometía. Ya creo que prometía, y ha sido un acierto saber más de ella.
Constanza es una de esas mujeres educada en la decencia y la posición de una familia con título, de la clase alta. Siempre recta, siempre pendiente de la opinión de los demás, siempre acatando las órdenes de una madre demasiado estricta y acaparadora. Nunca ha pensado en casarse, sino en permanecer al lado de su progenitora hasta el fin de sus días. Sin embargo, envidia en cierta forma a su hermana Jane, que desde pequeña se ha saltado las normas que ella intenta seguir al pie de la letra.
Su mundo se verá cabeza abajo cuando conoce, por fin, al administrador de Lincoln Hall, su mansión campestre donde ha pasado los mejores días de su vida.
Boswell, además de administrar la fina con excelente mano, ganándose a cuanto están a su alrededor, es un pensador. Un hombre que publica artículos en revista científicas y se hace preguntas por todo cuanto sucede a su alrededor: la vida, los misterios del universo, los inventos… Sabe que lady Constanza no es para él, que no está a su altura ni puede equipararse a los hombres con título que pretenden cortejarla. Pero cuando el amor llama a su puerta, cuando siente una atracción imparable hacia esa mujer que le da la vuelta a su vida, no puede resistirse a intentar seducirla.
Me han gustado ambos protagonistas, ha sido un placer volver a saber de Jane y su libertino esposo, y hasta le he tomado cariño a la madre, la estirada condesa de Riddington.
Una historia que nos muestra que pueden superarse las diferencias sociales y que acercarse al pueblo da muchas alegrías.
Nieves
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