Al contrario que su hermano Kenric, el Barón Guy de Montague, es un hombre más habituado a negociar y discutir que a empuñar una espada. Sin embargo, no por ello deja de ser un temido y respetado guerrero. Su nombre es venerado como señor de las tierras y propiedades de Montague, aunque está lejos de despertar el terror que el legendario Carnicero de Gales inspira. Guy es un hábil comerciante, habituado al regateo e intercambio de mercancías o propiedades. En él prevalece siempre iniciar una negociación y una discusión, antes que desenvainar su espada, aunque a veces la tentación de empuñarla le cosquillee en los dedos, tal como le sucede ante el Barón Laurence de Londsale.
La fortaleza de Halford -castillo de Londsale- que perteneció a los Montague tiempo atrás, ocupa su mente. Recuperarla se convierte en su objetivo.
Con esa finalidad se desplaza, con tan sólo una pequeña cuadrilla de hombres como protección, hacia los dominios del inescrupuloso Londsale. Un espía de Montague, tras los muros de Halford, le mantiene puntualmente informado de los hechos que allí tienen lugar. Sin embargo, con lo que no cuenta Guy es con la existencia de una hermosa dama en el castillo. Apenas sus ojos se posan sobre ella, brota la necesidad incomprensible de conocerla. Incluso, se forma en su mente la idea de convertirla en su esposa, pese a sus reiteradas negativas a la idea del matrimonio.
La joven no es otra que Claudia Chiavari, la sobrina del mismo Londsale. Su origen italiano la hacen diferente a ojos de los ingleses. Incómoda, ante las miradas inquisitivas con que la estudian, e insegura, a la hora de expresarse en la lengua inglesa, Claudia es una figura silenciosa que se desliza como una sombra entre los muros de Londsale. Ocupa sus horas en el cuidado de los jardines del castillo y en la preparación de pócimas curativas. Es una joven tímida e insegura que tiende a evitar la mirada de todos, especialmente de ese desconocido caballero: Guy de Montague, cuyos azules la siguen a todas partes y que parece empecinado en conocerla, atreviéndose a besarla y a prohibirle besar a otros hombres. ¡Inaudito!
Pero, pese a su fingido desdén hacia el joven Barón, Claudia se siente atraída por él. Aunque trata de fingir indiferencia, el recuerdo de sus besos la mantiene despierta por las noches. A su vez, Guy tiene claras las armas con que piensa negociar la compra del castillo de Londsale: su idea es marcharse de aquellas tierras como propietario de éstas y prometido con Claudia Chiavari.
Sin embargo, la inescrupulosidad del Barón de Londsale no tarda en manifestarse. El hombre tiende una trampa al joven Montague, drogándolo y arrastrándolo al lecho de la propia Claudia. Sorprendidos en esa situación, son obligados por el tío de la muchacha y el Obispo Germaine al compromiso. Pese a que, inicialmente, ése era su deseo, Guy se siente estafado y engañado. La idea de que la hermosa Claudia sea parte del ardid, lo lleva a idear su fuga de Londsale, llevándosela como rehén. La idea del matrimonio desaparece de su mente… o eso se dice a sí mismo. El que Claudia le confiese sus descubrimientos: todo aquello ha sido ideado por Londsale y el Obispo con la finalidad de sacar a Guy una buena cantidad de oro y liberarse de su sobrina, para después asesinar al joven Barón y culpar a la muchacha, no sirve para apaciguar la furia hacia ésta. Al contrario, está decidido a no sucumbir a la tentación que la muchacha representa para él. Tal vez… se conceda la posibilidad de convertirla en su amante, pero nunca en su esposa y la Baronesa de Montague.
Tras leer El Señor de la Guerra, el personaje de Guy, el hermano menor de Kenric, se convierte en un hombre envuelto de misterio. Las noticias que sobre él llegan a las tierras de Remmington nos insinúan una novela muy interesante, rodeada de preguntas y dudas. Las respuestas se hallan en Encadenados. Si esperáis encontrar un personaje similar al Kenric no lo encontraréis, ya que Guy es un joven muy diferente, con un carácter y una vida que distan abismalmente del terror y desdicha que envolvieron la de Kenric. Pero se trata de una novela muy romántica, dulce y, como su predecesora, inolvidable.
Elizabeth Elliott nos sorprende con una bonita novela histórica, que enmarcada en la Inglaterra medieval nos muestra la supuesta traición de Claudia a Guy y el modo en que éste reacciona a ésta. A lo largo de sus páginas, asistimos a una muestra tras otra de la duda, confianza y recelos que laten entre la pareja. En el proceso se enamorarán el uno del otro. Uno de los mayores atractivos del libro reside, nuevamente, en sus protagonistas. Guy es un joven mucho más sensible y accesible que Kenric. Sus sentimientos están reflejados en todo momento en la manera que actúa, piensa y siente, tanto como los de Claudia. La relación entre ambos destila dulzura y sensualidad desde la primera la última palabra. Si bien Kenric se nos mostró como un hombre hosco, duro y huraño, Guy es prudente, reflexivo, audaz y carismático. La disparidad entre ambos garantiza escenas intensas e interesantes entre los hermanos.
Uno de los rasgos que prevalecen en esta novela, es la ambientación en que se sustenta. Es fácil sentirse transportado al castillo de Montague, sentir el frío de las mazmorras o el calor del fuego entre los muros de piedra... Y sobre todo, es fácil sentirse abstraído en la dulzura y sensibilidad que destila la historia de amor de Guy y Claudia.
Las punzadas de humor con que la autora nos deleita, la intensidad de sus diálogos, la sutileza con que describe el enamoramiento de la pareja, hilvanan una novela mágica, dulce y muy emotiva, en la que la aparición de Kenric y Fitz Alan actúa como nexo con El Señor de la Guerra y donde asistimos a nuevos y sorprendentes descubrimientos sobre algunos de los personajes del anterior libro, así como la relación de éstos con Guy y Claudia. A medida que se avanza en la lectura y la relación entre los protagonistas parece afianzarse, surgen nuevos enemigos, nuevos secretos y misterios a resolver.
Si en El Señor de la Guerra encontramos a un protagonista hosco y huraño que era torpe y autoritario a la hora de mostrar su amor a Tess, en Encadenados descubrimos en Guy a un hombre sensible, franco y osado en sus demostraciones, pero no por ello menos desconfiado o receloso. El Barón de Montague y Claudia Chiavari son una pareja muy diferente, pero a su modo, expresan sus sentimientos cautivándonos en una nueva y maravillosa novela de Elizabeth Elliott. Si os gustó El Señor de la Guerra en Encadenados encontraréis una novela tan intensa y cautivante como la anterior. Un libro imprescindible para los lectores enamorados de la épica de la novela medieval.
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