Después de la firma del Tratado de Utrecht, los duques de Anizy deciden aventurarse en un viaje a través de una España aparentemente apaciguada. Desembarcan en el puerto de Santander con la intención de llegar a Sevilla, la ciudad natal de la duquesa, para conocer el corazón del imperio español. Sin embargo, el país es un hervidero de intrigas, asaltos y asesinatos que vivirán en primera persona.
Mientras tanto, su hijo, André Laver, enrolado en la Armada Real española, participa en una misión de espionaje en Nápoles e interviene en la conquista de Cerdeña y de Sicilia que culminará con la batalla naval de Cabo Passaro.
Un nuevo relato del Ducado de Anizy en el que los personajes se convierten en peones de una feroz lucha política entre reyes, con el Mediterráneo como escenario de la mayor traición jamás llevada a cabo.
¡Qué maravilla! Aún estoy extasiada.
Leída la trilogía completa de El Ducado de Anizy, he de decir que la primera entrega, El asalto a Cartagena de Indias, me pareció estupenda; la segunda parte, El botín de Cartagena, aún mejor. Pero sin duda, la que ha hecho que caiga rendida ante la pluma de Elena Bargues es la tercera entrega: En el corazón del Imperio. Ella me aviso: es larga. Doscientas páginas más que hubiera tenido, doscientas que hubiera disfrutado. Se me ha hecho corta.
Han pasado los años. Antoine Laver, Duque de Anizy, ya no es ese joven capitán francés que llegó a Cartagena de Indias y salvó la vida, gracias a la ayuda de una española con temple a la que todos llaman Ojos de miel, Mariana, aunque el tiempo no ha podido quitarle su gallardía y arrojo. Tampoco Mariana es ya una jovencita, pero conserva la hermosura de otros tiempos y sigue siendo una mujer que llama la atención allá donde va. Uno y otro siguen amándose cada día más, han conseguido sacar adelante una familia de la que se sienten orgullosos, han creado un paraíso particular en Anizy, lejos de las falsedades de la corte francesa, y han mantenido a su lado a los sirvientes que, más que criados, son amigos cercanos.
La autora nos narra el viaje de Antoine y Mariana desde Santander hasta la amada Sevilla, donde ella nació. Un viaje donde no falta la aventura y la intriga con los constantes intentos de matar a Laver, y a través del cual vamos conociendo también nosotros las ciudades por las que van pasando, viendo sus monumentos y sabiendo de sus costumbres.
Pro al mismo tiempo, tomamos parte de batallas navales y en la conquista de Cerdeña, de la mano de André Laver, uno de los hijos de la pareja. Es fascinante el modo en que la autora nos traslada de una historia a otra hasta que ambas se anudan, cuando André se reúne por fin con sus padres en España.
Algunos de los personajes ya me eran conocidos por las entregas anteriores, y me ha ilusionado volver a compartir aventura con ellos.
Teresa, por ejemplo. La criada personal de Mariana, que ha permanecido con ella desde que hubo de ir a Cartagena de Indias, que ha sufrido los mismos avatares que su señora y amiga, que se ha enamorado, que ha luchado a su lado y que ha sido su paño de lágrimas ─y también su Pepito Grillo─, sigue siendo uno de mis personajes favoritos. Merecería una reseña aparte. Teresa está siempre donde debe, aunque no se deja ver más de lo preciso; si tiene que discutir con Mariana, discute, en ningún momento se calla lo que piensa porque, además de ser su carácter, tanto Mariana como Laver se complacen en consentirle ese modo de actuar. Teresa no es una sirvienta, forma parte del corazón de Anizy, es un punto clave para resolver los problemas. Y me ha fascinado cómo acaban sus propias desventuras en la novela, no podía imaginarme un final mejor después del disgusto que me ha dado la autora cuando... No, no, no. Lo siento, pero eso no puedo contarlo, que descubro parte del argumento.
Don Gonzalo es otro de los personajes que me ha tenido enamorada desde la primera parte de la trilogía, cuando le enseñaba a Mariana las artes de la navegación. En esta tercera, ha terminado por cautivarme del todo. Su buen hacer, su paciencia, su sufrimiento cada vez que mira a Mariana, a la que sigue amando en secreto desde que la conoció, veinte años atrás. Sabe que nunca podrá tenerla, que pertenece a Laver porque ambos están profundamente enamorados, pero se niega a echarla de su corazón.
El capitán Santander, ese español recio que tuvo la fortuna de conocer a Antoine Laver en Cartagena de Indias y que aquí, de nuevo, cruza su camino con él, se hace imprescindible. No solo se convierte en la escota de los duques, salvándoles de múltiples peligros, sino que acaba siendo un verdadero amigo.
Los personajes nuevos que van apareciendo son de lo mejor, ya sean los de la familia de Mariana, la hija de don Gonzalo, María o la viuda Van Hee, como los que interpretan el papel de malvados. Ni uno solo de ellos sobra, todos son indispensables para un argumento que rebosa intrigas políticas, donde a través de las conversaciones entre ellos podemos saber qué tramaba Inglaterra, a qué jugaba Francia, qué perseguía Austria y, sobre todo, en qué cenagal estaba metida España, enfrentada al mundo entero.
Los diálogos, de una agudeza desbordante, además de ser una fuente de información precisa que nos pasa conocimientos, sin aburrir.
Las escenas de acción, un lujo. Un auténtico lujo. Me ha parecido haber participado en las batallas navales, ayudando incluso a cargar los cañones de las naves.
Los momentos románticos, que los hay y varios, una delicia. Parece mentira que en pocas líneas se pueda expresar todo el amor y toda la ternura entre una pareja, sin necesidad de entrar en muchos detalles.
Me pasaría horas hablando de esta trilogía, pero he de acabar. Solo quiero deciros que si os gusta el romance, la aventura, la intriga y la Historia, no podéis dejar de leer El Ducado de Anizy.
Gracias, Elena, por hacerme disfrutar tanto.
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