Treinta y cinco siglos antes de Cleopatra, una joven de 15 años fue consagrada emperatriz por primera vez en la historia. Según la tradición, Los faraones de Egipto sólo podían gobernar si se casaban con una muere de sangre real, quien al contraer matrimonio otorgaba al cónyuge la condición de soberano. El faraón Tutmosis I, su padre, rompió la costumbre. Sin embargo, Hatshepsut necesitó de toda su audacia para gobernar en un mundo dominado por hombres y mantener el poder del imperio. Las intrigas de sus enemigos fueron tan grandes como victoriosas sus campañas militares o apasionados sus amores.
Opinión:
No sé los años que hace que me leí esta novela (y que busqué más de la autora porque me encantó), pero hace muchos. A pesar del tiempo, siempre lo he tenido en mente, es muy posible que sea porque cualquier lectura de las que tengo en las estanterías, que se refieren a Egipto, me atrapan. Normalmente todos esos libros me los he leído más de una vez, tanto los puramente históricos como los que narran una aventura.
Hatshepsut fue faraón. Sí, he dicho faraón, no me he equivocado. Según se dice y se puede apreciar en alguna esquela egipcias, debió de ser una mujer muy hermosa, de cuerpo estilizado, de rasgos finos y de elegancia innata. Pero es que además, demostró una inteligencia superior y, por si fuera poco, consiguió lo que muchos hombres no habían conseguido.
Egipto es un tema bastante estudiado, así que imagino que muchas habréis oído hablar de esta mujer, hija de Tutmosis I, y nacida Maatkara Hatshepsut, que fue la quinta gobernante de la XVIII dinastía, desde los quince años.
La historia novelada de esta mujer es un paseo por las costumbres, por las edificaciones, por los trabajos y la religión egipcia de esa época. Sabemos que para ser faraón tenían que tener sangre real o estar casado con quien la tuviera. La autora nos habla de Turmosis I y de su descendencia, su hijo mayor y su hija, que dadas sus cualidades, estaba más preparada para asumir el trono.
No era normal que una mujer tomara el poder de Egipto, y menos aún con tan poca edad como tenía ella, por eso es tan importante este personaje, por eso pasó a la Historia y por eso hemos llegado a conocer su buen modo de gobernar y lo dio a su pueblo. Amón era el dios omnipotente, el que protegía a los que estaban bajo su mano. Ella lo estaba, era hija no solo de Turmosis I sino del dios. La mitología egipcia es uno de los temas más sorprendentes y apasionantes, y en este libro tiene una relevancia especial.
Puede que resulte inverosímil que una mujer vistiera como un hombre, con fadellín, y llevando la barba postiza que se ponían los faraones, luciendo en su cabeza la doble corona, pero así fue, y Hatsepsut demostró que estaba capacitada. Claro está que las intrigas rondaban por todos lados, muchos sacerdotes no estaban de acuerdo y su hermano, Tutmosis, tampoco estaba especialmente contento de que le hubiesen quitado el trono. Debido a todos estos intrigantes, a ella no le quedó otro remedio que desposarse con su propio hermano y ceder la corona, que no el poder auténtico puesto que Tutmosis era blando, inseguro y pusilánime, y fue ella la que en realidad llevaba el mando.
Como mujer, Hatsepsut se enamora. Lo hace de Semnut, un hombre honrado y un estupendo arquitecto de la corte, además de sacerdote. Este romance es una maravilla, tiene ternura a raudales, pasión y amor verdadero. No sé si es verdad que Senmut fue enterrado en el monumento funerario de Hatsepsut o es simple leyenda, pero a mí siempre me ha gustado pensar que fue así, que sus almas estuvieron juntas y siguen juntas por toda la eternidad.
La autora, para mí, es una de las que mejor se documentan en este tipo de novelas. Toca todos los puntos importantes, haciéndonos emprender un viaje por el antiguo Egipto y conociendo al dedillo los pueblos y las calles, las grandes ciudades y los palacios.
Un libro que merece la pena leer y que se disfruta desde la primera página a la última.
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