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miércoles, 9 de agosto de 2017

Trilogía En el país de la nube blanca, de Sarah Lark

Las novelas que componen la trilogía de Nueva Zelanda están llenas de fuerza y sentimientos. Cada una de sus páginas exuda pasión independientemente de qué sea lo que la origine: odio, tristeza, furia, rebeldía, afán de superación, luchar por salvar la vida o incluso amor. Y en ninguno de los casos estas emociones se desarrollan de forma efímera o incluso pasajera. Si te decides a leer uno de los libros, tienes que estar preparado para vivirlos con el alma. Las medias tintas no tienen cabida en ellos.

La historia de superación personal de cada uno de los personajes que aparecen ella, incluido los secundarios, no deja indiferente a nadie. Es imposible. Sarah Lark describe y plasma en el papel reacciones puramente humanas y tan creíbles y bien tratadas que es difícil no sentirse identificado con ellos en más de un momento durante su lectura. Y hablamos de una novela densa. Hablamos de una media de setecientas páginas en cada libro. 

A pesar de la extensión, resulta muy difícil aburrirse. El ritmo trepidante que se impone desde las primeras páginas atrapa al lector desde el principio y, si bien gozaremos de momentos más relajados exigidos por la propia historia, seremos incapaces de cerrar el libro. Aquello de “cuando acabe el capítulo me voy a dormir” se convertirá en noches en vela disfrutando de una sucesión de palabras que serán capaces de obligar a tu corazón a saltarse más de un latido, y a exigir que la cafeína sea tu combustible durante el día.

Si bien no se puede encuadrar en el marco de la novela romántica, puesto que las tramas no surgen en torno al romance de los protagonistas, sí es cierto que este sí tiene un peso en la historia pues en ciertos momentos será el amor el que consiga vencer por encima de otras circunstancias. Al hilo de esto, es importante remarcar que la novela posee escenas absolutamente duras debido a la crudeza de las mismas y que son, por tanto, fieles a la dificultad que hacerse un lugar en un mundo nuevo y desconocido conlleva para una mujer en el siglo XIX y principios del XX, en una tierra que, por historia, se presenta dura y luchadora, hostil muchas veces con sus colonizadores. Si a todo lo anterior añadimos la situación real que las féminas debían soportar en una época absolutamente machista, nos encontraremos ante un contexto histórico plagado de escenas injustas, pero ciertas al fin y al cabo.

Sin embargo, precisamente por esto, las mujeres protagonistas de estas novelas se ven obligadas a sacar de ellas hasta la última gota de su energía para conseguir aquello por lo que empezaron a luchar y que les lleva, al final, a ser exactamente como son. Auténticas, genuinas, luchadoras y empecinadas en no apartarse un solo centímetro del camino que las llevará a lograr sus sueños a pesar de las mil piedras que el destino se empeñará en poner en su camino y que las obligará, en muchos casos, a dejar los escrúpulos a un lado.

En cuanto al lugar en el que se desarrollan, es imposible terminar la novela y no querer correr a descubrir Nueva Zelanda. Sarah Lark realiza un maravilloso trabajo de descripción de una tierra que se encuentra justo en las antípodas de nuestro país. Sin maquillar ni un ápice de la realidad, consigue que el lector sea capaz de estremecerse al descubrir la costa neozelandesa justo detrás de la nube blanca que se aprecia desde la cubierta del barco en el que navegamos al principio de la primera historia. O escuchar el balar de las ovejas como si estuvieran justo a nuestro lado mientras devoramos las hojas del libro. Imposible no sentir un escalofrío recorrer nuestra espalda cuando huimos por sus montañas y sentimos el aliento del enemigo casi rozar nuestra nuca. Y así, aviso, con las escenas más bellas, pero también con las más crueles.

Una trilogía llena de historias tan reales como la vida misma, aventuras dignas de la mejor película del género, descripciones capaces de removernos por dentro, descendientes y antecesores envueltos en auténticos dramas familiares y un paisaje exótico donde los haya. 

Desde luego, habrá opiniones para todos los gustos pero nadie, absolutamente nadie, puede quedar indiferente tras haber disfrutado de una lectura como esta.

Que Sarah Lark nos descubrió un mundo nuevo con el Landscape no hace falta que se repita. Sin embargo, sí es necesario apuntar el soplo de aire fresco que su escritura ha aportado al mudo de la novela en general, teniendo en cuenta la extensión de sus libros. En un momento de la literatura en el que surgen novelas a diestro y siniestro que carecen del cuidado y del mimo necesario para su creación, en una época en la que escribir ha pasado de ser un arte que se vigila desde su creación hasta su puesta en la calle a un mero proceso de confección cuyo único fin es hacer dinero, descubrir a esta autora ha supuesto un auténtico placer para los que seguimos soñando con Ken Follet y Los pilares de la Tierra.

Hasta ahora, no todo el mundo podría verse capaz de leer tantas y tantas páginas seguidas y, desde luego, muchos son los lectores que, adentrándose en una novela de estas características, abandonaron su empresa por resultarles tediosa. A menos que uno esté muy interesado en el tema tratado, resulta difícil convencer al lector que lo es de forma esporádica o de un género en particular, que acepte leer un libro extenso. No obstante, si lo que estamos recomendando es alguno de los componentes de esta trilogía, nos sorprenderá descubrir que, independientemente de que lo que te guste sea la novela negra, histórica, romántica o policíaca disfrutarás sí o sí de las historias de Nueva Zelanda.


 

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