John se ha hecho un hombre fuera del pueblo y, cuando regresa, con veintiséis años, sigue teniendo ese miedo a la gente que se lo hizo pasar tan mal, que le echó siempre en cara haber sido abandonado por su madre a la puerta de la iglesia. Miedo a no olvidar nunca ese amor de juventud que le rompió el corazón bajo la estatua de los amantes. Quiere a lord y lady Mersett, quienes le han protegido desde niño, e han facilitado una educación y el medio de vida para hacerse un hombre de provecho y con posibles. Sí, los quiere como si fuesen sus padres verdaderos, y pierde el sentido por sus cuatro hijos, a los que adora más que si fuesen sus hermanos. Pero no se atreve a aceptar ese cariño incondicional porque piensa que no lo merece.
Haber vuelto a disfrutar de los Mersett y, además, de sus hijos, ha sido estupendo. Jasper, en concreto, es un punto y aparte, un niño increíble al que se le quiere nada más aparecer y con el que no pierdes la sonrisa.
Al otro lado de la historia tenemos a Skye, hija de un marqués, prisionera de las órdenes de un padre severo y de una madre más severa aun, que no vacila en aplicar castigos físicos si el hombre al que la han prometido insinúa que ha cometido alguna falta. Como la de leer un libro que a él le parece inapropiado. Confieso que me he revelado contra ese matrimonio de ideas arcaicas y más aún contra el petimetre idiota con el que pretenden casarla. Y aplaudido con ganas que, para escapar de una vida de desgracia, proponga a nuestro Johnny fugar se Gretna Green.
La alocada y desesperada petición cuenta con el beneplácito de lady Mersett, que echa un cable a pesar de la contraria opinión de su esposo para que no actúe en nombre de los jóvenes. Es durante el viaje cuando John y Skye se van conociendo hasta que su relación desemboca en el amor.
Si tengo que describir esta historia con una sola palabra diría es que dulce. Muy dulce.
Nieves
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