Que los protagonistas se nos salgan de las normas establecidas, es algo que nos gusta todas. Pero es que Daniel Jasper no es una persona cualquiera, es hijo de un marqués y hay ciertas líneas rojas que no es conveniente cruzar, mucho menos en la Europa de aquellos tiempos. De ahí su lucha interna y mis frases mentales de ánimo, según iba leyendo, empujándolo a que siguiera los dictados de su corazón. Me ha hecho sudar, el muchacho.
Situémonos: Inglaterra, época victoriana, joven que regresa al hogar tras pasar varios años en China, que ama esa otra cultura y que escapa de un amor prohibido, cuando el hombre por el que respira se ve obligado a casarse.
A Jasper lo amé cuando era un crío revoltoso que cazaba ranas, y he vuelto a amarlo ahora, cuando ya es un adulto, con más perjuicios que quienes le rodean, aunque no se da cuenta. Pero es un personaje alegre que te hace reír, que anima cada página en la que aparece, que trae de cabeza a todo el mundo. Es la guinda en el pastel.
Me ha encantado volver a ver a lo Mersett, conocer un poco a Andrew (ojalá tenga su historia con Maylin) y a Helena. Y, claro está, volver a darme una vuelta por el pueblo y ver de nuevo el puente del Pasatiempo, el pozo de los deseos, las ruinas del castillo, el monumento a los amantes…
Ethan me ha fascinado: algo mayor que Jasper, es un hombre sereno, comedido, culto, sensato y cariñoso. Ama tanto al joven que es capaz de sacrificar todo por él. Incluso su propia felicidad.
La mezcla de las dos culturas redondea un argumento cargado de sentimientos encontrados y cariño, donde no podemos dejar de leer las notas referidas a China.
Destaco, sobre todo, la sensibilidad y dulzura de esta autora para describir, para hacernos querer a los personajes con ayuda de pequeñas pinceladas. En este caso, una palabra vale más que una imagen. Y he acaba do la novela con una sonrisa de oreja a oreja.
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