Acabada con la misma satisfacción que las anteriores. Y es que esta serie ya prometía desde la primera entrega, “Contra la pared”, en la que pude conocer a Laura, la jueza, y a Martín, un policía protestón y guapísimo. En la segunda entrega, “Manos arriba”, me enamoré de Aitana, la médico forense y Alberto, un inspector de policía que está como un tren. Esta tercera entrega, “Las manos quietas” no podía fallar y me ha atrapado de igual modo.
Aparte de las discusiones entre los protagonistas, con las que la autora se lo debe de pasar de cine porque son muy entretenidas, haciendo luego que el lector las disfrute, Ruth nos va intercalando un montón de datos interesantes. No solo de las actuaciones policiales (que la mayoría de las veces desconocemos), sino de temas médicos, pero de un modo fluido que enriquece el argumento.
Isabel echa el ojo al desconocido que aparece sentado con su grupo de amigos. Está para mojar pan y se queda encandilada. A él le sucede otro tanto… hasta que ella, nerviosa, abre su boquita. Y cuanto más intenta la pobre arreglarlo, más mete la gamba. El encuentro acaba con una media discusión y ambos se marchan enfadados y pensando que el otro es un becerro.
Pero están condenados a encontrarse porque tienen amigos comunes, y cuando Isabel ofrece su chalet para llevar a cabo la fiesta del cumpleaños de Alberto, David aparece sin ser esperado.
De esta entrega no solo me ha gustado la relación atracción-repudia de los protagonistas, sino las indicaciones que nos da de la ciudad; parece que estás allí. Tiene escenas tirantes, otras divertidísimas y unas cuantas que suben la temperatura. Vamos, que lo tiene todo y sería un desperdicio no leerla.
Os la recomiendo. Por mi parte, quedo a la espera de la cuarto entrega, ¡Al suelo!, de la que nos regala una pizquita que engancha.
Nieves
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