Una vez más me he adentrado en el mundo de Minstrel Valley. Y una vez más, porque no puede ser de otro modo, he disfrutado de una historia preciosa.
El protagonista, Anthony Weller, marqués de Lansbury y futuro duque, es el típico hombre serio, estirado y lejano. Una desilusión cuando era un muchacho le ha puesto en contra del matrimonio, haciéndole ver que las mujeres solo buscan su dinero y su posición. Le importa poco lo que piensen de él y se muestra incluso más distante cuando, al entrar en las fiestas, se hace el silencio. Sí, estoy con vosotras, es el clásico aristócrata que estamos locas por ver caer de rodillas. Y vaya si cae. Pero, a pesar de esa apariencia fría, es un hombre de honor al que le gustaría casarse por amor. Me ha conquistado, no he podido remediarlo. Porque su reacción ante una situación tan rocambolesca como la que se le plantea, es del todo lógica. Por descontado que yo también pensaría mal de cierta dama, así que no le juzguéis antes de tiempo.
Lady Fleur Thackary también ha tenido un desengaño cuando era muy joven. Creyó estar enamorado de un hombre mayor que acabó casado con otra, y no confía mucho en el amor. Tampoco le gusta la idea de casarse sin amor, pero, en esos tiempos, ser pillada con un hombre en actitud indecente, aunque no haya sucedido nada, suponía casamiento. El honor de la dama y todo eso. No le queda otra que ceder, aun a sabiendas de que va a tener un matrimonio horrible porque el marqués la odia, creyéndola una enredadora. Este personaje crece durante la novela. Me han gustado las conversaciones con su amiga y el modo en que se encara con un marido que da respeto.
Cuando se despierta el amor, es precioso, y ambos protagonizan escenas deliciosas.
Ahora, a esperar las historias que han asomado a esta: la amiga de Fleur y las hermanas de Anthony, porque las tres merecen su propio romance y prometen.
Nieves
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