Arthur es uno de esos protagonistas que, al principio, parecen severos y agriados por lo que han sufrido. Sin embargo, página a página, se nos va descubriendo como un hombre íntegro, honorable, seductor… Un amor, vamos. Su personalidad me ha encantado y el cariño que siente por su sobrina emociona. Lo cierto es que la cría se hace querer desde el principio, desde que la conoces, y es un punto fuerte en la novela.
Ivy es una muchacha de una fortaleza admirable, no sabe mentir, siempre dice lo que piensa y eso la mete en problemas. No ha nacido en una familia pudiente, es solo la hija de un reverendo, pero por medio de sus parientes, puede relacionarse con la clase alta. Es inocente, y no cae en la cuenta de que ciertas cosas pueden convertirla en el centro de las habladurías. Una cosa y otra la llevan a admitir trabajar para Arthur Kendrich como institutriz de su sobrina.
El romance que se va tejiendo entre los protagonistas, mezclado con el amor que ambos tienen a la niña, es precioso. Existe el miedo, por parte de ella, de enamorarse de su patrón sabiendo que no es de su clase social. Y existe la decisión firme por parte de él de no dejar escapar a una mujer que lo fascina.
Vemos la perfidia de quienes injurian sin conocer, el afán de una mujer (Victoria, la cuñada viuda de Arthur) por seguir manteniendo el nivel de vida que lleva haciendo lo que sea menester para conseguirlo, el cariño de los criados, la inteligencia de una criatura pequeña pero son decisión.
Vemos, en fin, una historia con amor, pasión, escenas preciosas y, sobre todo, personajes que es difícil olvidar una vez los conoces. No podía dejarla, de verdad. Me lo he pasado en grande con esta novela.
Nieves
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