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jueves, 16 de abril de 2009

Los riesgos de perseguir a un príncipe, de Julia London


Lady Greer Fairchild emprende un peligroso viaje en busca de Rhoderick Glendower, príncipe de Powys, guardián de una suculenta herencia que la mediana de las Fairchild podría reclamar.

El príncipe tiene fama de ser rudo y agresivo, pero lo que Greer no se podía imaginar es que la encerraría en su castillo hasta obtener alguna prueba que demuestre que ella es la heredera legítima de la fortuna que ha custodiado durante años.

A lo largo de su cautiverio, la joven descubre que en realidad ese oscuro príncipe es un hombre tremendamente apasionado, viril y sensual. Cuanto más cae Greer bajo el hechizo de Rhoderick, mas decidida está a terminar con los misterios que rodean al hombre que pretende convertirla en su esposa.
¿Lo conseguirá?


Esta autora es de las que temo, pues tan pronto nos pare una obra mediocre como una de las que recordaremos siempre, con lo que constantemente dudo en comprarla o no, y encima rara vez acierto. Sin embargo en esta ocasión jugaba con ventaja, Los riesgos de perseguir a un príncipe me venía recomendado por una amiga (gracias Reyes), lo que a priori me suponía una cierta garantía, aunque siempre planee la incertidumbre de la variable del gusto personal.

Greer Fairchild es una bella, inteligente y resuelta joven, que tras el matrimonio de una de sus queridas primas, con las que se crió desde niña, emprende la búsqueda de sus orígenes e improbable herencia paterna en Gales. Falta de recursos termina por emplearse como dama de compañía de una excéntrica anciana, lo que alarga sus diligencias, al tiempo que la pone en contacto un atractivo, “amabilísimo” y “educadísimo” joven: el Sr. Percy que se dirige a reclamar su herencia a su primo el Príncipe de Powys. Quiere la mala suerte que la anciana fallezca repentinamente, y hábilmente manipulada por el joven, acceda a proseguir viaje junto a él, ya que su legado está también bajo el control del Príncipe. Próximos a alcanzar su destino su coche es obligado a detenerse y es ahí, en el camino, cayendo la lluvia en un frío ambiente de invierno, donde se han de conocer nuestros protagonistas.

Desde el primer momento Rhoderick Glendower se muestra inconmovible, pasa de la joven, habla en Galés, idioma que ella desconoce, duda de su identidad e intenciones, cuestiona su moralidad y no se corta un pelo a la hora de tratarla con la dureza que cree que se merece: Sus actos, sus contestaciones, sus reacciones, todo le resulta a la joven despótico, hiriente y de una prepotencia y mala educación imposible de digerir. La lucha de voluntades está servida y empiezas a devorar páginas disfrutando de sus enfrentamientos. Se suceden las escenas vividas bajo dos puntos de vista opuestos. Rhoderick actúa en justa medida a la compañía del bicho manipulador con el que ella ha llegado, y Greer, que desconoce la perfidia del señor Percy, se defiende como puede de lo que considera un trato de lo mas injusto, degradante y peligroso. Sobretodo cuando el príncipe se deshace de la sabandija de su primo, y ella queda a su merced hasta que llegue la contestación que asegure su identidad.

A partir de ese momento, poco a poco la autora nos va revelando al conde de Radnor: Un hombre marcado, solitario, acomplejado por su constitución y por la fea cicatriz que cruza su rostro; sobrelleva una enfermedad que le impide distinguir los colores, así como la tragedia de haber perdido a su esposa e hija recién nacida, y sin embargo, pese a sus maneras y forma de vida, su complexión y aparente despego, su madurez y elevada posición, Rhoderick Glendower, Príncipe de Powys, Conde de Radnor se enamora. Es un hombre, sí, un HOMBRE con una inmensa capacidad de amar, una sensibilidad exquisita y una sensualidad oculta, que apenas sabe o puede contener. Pasear por sus pensamientos, mirar a través de sus ojos enfermos, escuchar el latido de su corazón, descubrir sus sueños, sus anhelos, sus deseos reprimidos, ha sido tan excitante como estremecedor. Poco me importó la pobre excusa de su argumento, ni la resolución de la pequeña intriga que le acompaña, esta es una de esas novelas de nombre propio, no de tramas ni comparsas, porque su razón de ser, su disfrute y el placer de su lectura tienen el sabor de la pasión, el gusto de la hombría y el tacto del amor, y todo lo demás queda en segundo plano, difuminado por la fuerza de los sentimientos.

Cuando acometí su lectura buscaba entretenimiento, y cierto es que lo halle, esperaba pasión y a punto estuve de prender en llamas, deseaba vivir emociones y todavía tengo el alma estremecida. Nunca espere entregar un pedacito de mi corazón y sin embargo este protagonista me lo robó. Quizá a ti también te enamore y es tan bonito el amor…




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