La hermosa, terca y atrevida Henrietta Barrett no ha querido nunca seguir las normas sociales. Administra con mano férrea la fortuna de su tutor, viste con pantalones cuando le es posible y se hace llamar Henry. Todo un marimacho.
Al morir su tutor, todo va a parar a manos de un lejano pariente: William, un soltero cínico y arrogante que se queda pasmado al saber que ha heredado la propiedad y, lo que es peor, la responsabilidad de cuidar de una mujer.
Ella no tiene intenciones de dejar en manos de ese atractivo pariente la propiedad. Pero William decide que su obligación es cambiar los hábitos de Henrietta aunque ella se le oponga a cada momento. Y claro… surge la atracción entre ambos.
La protagonista de esta novela es guapa, terca, intransigente y nada estúpida. Sagaz hasta donde no se puede uno imaginar. Y marimacho, porque prefiere ir vestida como un muchacho y que la llamen Henry en lugar de adaptar su rol en la sociedad.
El personaje masculino es lo de siempre: libertino, cínico, orgulloso y cabezota. Un hombre que no tiene intenciones de casarse y abandonar su vida licenciosa. Pero deberá enfrentarse con un carácter tan fuerte como el suyo y a una mujer decidida a plantarle cara. Para él supone un juego, o un reto, conseguir convertir a “Henry” en la dama que piensa que debe ser. Y su pequeño juego se vuelve contra él, porque cuando ella se convierte realmente en Henrietta, se da cuenta de que está fascinado por esa belleza astuta e irritante.
Tengo que decir que el argumento no me llenaba demasiado, por eso de la típica muchacha que quiere aparentar ser un chico y demás para hacerse respetar. Y también por lo del libertino. Últimamente aparecen demasiados libertinos en las novelas y, a veces, cansan, aunque reconozco que son atrayentes y no me gustaría tampoco un tipo soso y sin gracia que cayera de inmediato en las garras de un amor platónico.
La novela es entretenida, dinámica y graciosa. Te va atrapando poco a poco y hasta te olvidas de la típica chica-chico y del libertino para lanzarte a la historia sin más pretensiones que pasarlo bien. Y lo consigues, claro.
Los personajes secundarios, buenos.
En fin, que aunque parezca una historia muy típica de esta época, te hace pasar unas horas estupendas y olvidarte de los problemas. Es lo que perseguimos cuando abrimos una novela romántica, ¿no es verdad?
Al morir su tutor, todo va a parar a manos de un lejano pariente: William, un soltero cínico y arrogante que se queda pasmado al saber que ha heredado la propiedad y, lo que es peor, la responsabilidad de cuidar de una mujer.
Ella no tiene intenciones de dejar en manos de ese atractivo pariente la propiedad. Pero William decide que su obligación es cambiar los hábitos de Henrietta aunque ella se le oponga a cada momento. Y claro… surge la atracción entre ambos.
La protagonista de esta novela es guapa, terca, intransigente y nada estúpida. Sagaz hasta donde no se puede uno imaginar. Y marimacho, porque prefiere ir vestida como un muchacho y que la llamen Henry en lugar de adaptar su rol en la sociedad.
El personaje masculino es lo de siempre: libertino, cínico, orgulloso y cabezota. Un hombre que no tiene intenciones de casarse y abandonar su vida licenciosa. Pero deberá enfrentarse con un carácter tan fuerte como el suyo y a una mujer decidida a plantarle cara. Para él supone un juego, o un reto, conseguir convertir a “Henry” en la dama que piensa que debe ser. Y su pequeño juego se vuelve contra él, porque cuando ella se convierte realmente en Henrietta, se da cuenta de que está fascinado por esa belleza astuta e irritante.
Tengo que decir que el argumento no me llenaba demasiado, por eso de la típica muchacha que quiere aparentar ser un chico y demás para hacerse respetar. Y también por lo del libertino. Últimamente aparecen demasiados libertinos en las novelas y, a veces, cansan, aunque reconozco que son atrayentes y no me gustaría tampoco un tipo soso y sin gracia que cayera de inmediato en las garras de un amor platónico.
La novela es entretenida, dinámica y graciosa. Te va atrapando poco a poco y hasta te olvidas de la típica chica-chico y del libertino para lanzarte a la historia sin más pretensiones que pasarlo bien. Y lo consigues, claro.
Los personajes secundarios, buenos.
En fin, que aunque parezca una historia muy típica de esta época, te hace pasar unas horas estupendas y olvidarte de los problemas. Es lo que perseguimos cuando abrimos una novela romántica, ¿no es verdad?
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