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lunes, 7 de octubre de 2013

Ecos del corazón de Maeve Binchy

Castlebay, un pueblo de la costa de Irlanda, esconde la cueva del eco, un lugar donde los lugareños revelan los deseos más profundos de su corazón. Han pasado varios años desde que Clare y David bajaron a la cueva para expresar sus esperanzas de que el destino los alejara de su pueblo natal. Ahora viven en Dublín y el amor que ha nacido entre ellos, los hace volver para vivir un apasionante drama.


No os dejéis engañar por la sinopsis porque la novela no es un drama. Aunque a mí me hubiera gustado que el final fuera otro... o que la autora hubiera alargado la historia unas páginas más.

Ambientada a mediados del siglo XX, Ecos del corazón nos cuenta la historia de vida de un pequeño pueblo costero irlandés y en especial de David Powers y Clare O'Brien.

David es el hijo del médico y su estatus social está muy por encima de del de Clare cuyos padres tienen una pequeña tienda en la que se vende un poco de todo.

David vive en una preciosa casa grande, cómoda y bien situada. Clare en cambio tiene que compartir con su numerosa familia una casita pequeña, desangelada y en la que todo está manga por hombro pues apenas hay sitio para nada.

David es un brillante estudiante que desde siempre sabe que será médico como su padre. No se cuestiona que no vaya a estudiar puesto que en su casa pueden permitirse pagar su carrera. Por el contrario, Clare, con suerte, acabará los estudios básicos, ayudará (como hace desde su más tierna infancia) en la tienda de sus padres, se casará con alguien del pueblo y cuidará de su casa, de sus hijos y de su marido.

Pero Clare adora estudiar, quiere salir del pueblo, tiene ambiciones y con la ayuda de su maestra, una mujer que abandonó sus propios sueños para cuidar de su madre porque era lo que se esperaba de ella, conseguirá una beca para seguir estudiando y después otra para ir a la universidad.

Mientras que la autora nos relata la historia de estos dos jóvenes, vamos viendo también las cuitas de los habitantes del pueblo, de los chicos y chicas que conviven con ellos, de las familias que allí veranean y las relaciones de amistad y amores adolescentes que se van creando.

David tiene unos pocos años más que Clare, por lo que a pesar de que hablan entre ellos tienen una buena relación, sobre todo porque Clare es una niña muy madura, no es de esperar que entre ellos vaya a surgir nada, máxime por el abismo que separa sus diferentes clases sociales.

Sin embargo, coinciden en Dublín cuando ambos están estudiando. Inician una relación a escondidas de toda la gente de su pueblo y viven una bonita historia de amor llena de planes, sueños e ilusiones. Pero la vida no es, o al menos no lo es eternamente, de color de rosa.

Esta novela, lenta y pausada en su inicio, me ha tenido pegada a sus páginas sin querer soltarla. No ya porque las historias corales me gustan mucho (eso de abrir las puertas de un montón de casas y ver lo que se cuece dentro, bucear en las vidas de muchas personas que comparten un mismo entorno y saber lo que piensa y siente cada uno, siempre resulta muy interesante) sino porque la manera de narrar de esta autora es sensacional.

No es un libro rápido ni ágil, pero es que, si lo fuera, no podría paladearse con tanto deleite. Esta historia transmite sensaciones, emociones, te hace pensar y ponerse en la piel de cada uno de los personajes. Te traslada a la época y te hace ver de manera palpable cómo se vivía entonces, cómo se pensaba, las trabas que encontraban aquellas chicas jóvenes...

La vida que vivimos no es siempre la que alguna vez soñamos. Todos tuvimos o perseguimos quimeras que nunca se cumplieron y, probablemente, en cada uno de nosotros hay una historia que podría novelarse. Esto es un poco lo que podemos encontrar entre las páginas de este libro: las vivencias de personas aderezadas con ciertas notas de melancolía y pesar, a las que un mar impetuoso pone música y el clima frío y el cielo brumoso de aquella zona irlandesa les da su color. Es esta una novela tan dura, tan real, tan triste, alegre y bella como solo puede serlo la vida misma.

 

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