Victoria es una periodista inteligente, tenaz, responsable, muy trabajadora y nada de lo que tiene le ha caído del cielo. Físicamente es... bueno, digamos que «en la oficina» es difícil de mirar. Lleva años luchando por ocupar el puesto que se merece y a pesar de su aspecto... bueno, no, gracias a su aspecto, ahora está a punto de conseguirlo, pero...
Julio es periodista y abogado y licenciado en administración y dirección de empresas, y es inteligente y rico y guapo y encantador y tiene carisma y sentido del humor y gusta (mucho, mucho, mucho) a todo el mundo... menos a Victoria.
Esta es la historia de una revista... No, no.
Esta es la historia de la dirección de una revista... No, eso tampoco.
Esta es la historia de un hombre y una mujer que no se soportan... ¡Que no, leñe, que eso tampoco es así!
Esta es la historia de dos personas que contra todo pronóstico tienen que trabajar juntas. Dos personas muy diferentes y nada afines (¿seguro?), empeñadas en pelearse y ponerse zancadillas (¡eso sí!) y decididas a hacer de su relación un libro en el que las carcajadas (esto es literal) están aseguradas en sus casi cuatrocientas páginas (¿que son muchas? ¡Ni de coña, te quedas con ganas de más!).
Y este libro lleno de carcajadas (tiene un par de capítulos en los que se te caen las lágrimas de la risa), rebosa también de tensión sexual contenida (¿contenida?) y de química incendiaria y explosiva (¡explosiva, sí!).
Es esta una novela en la que los diálogos entre los protagonistas son dardos envenenados que tiran a dar (¡y dan con muy mala leche!); en la que lo que se dice no es siempre lo que se piensa (y viceversa) y en la que lo que se quiere hacer no es siempre lo que se hace (y viceversa también).
Las horas en la redacción están repletas de broncas, peleas encarnizadas y roces (¿he dicho roces?) que a nuestros protagonistas alteran y desquician, pero que a los compañeros del equipo les hacen las jornadas mucho más amenas.
Miscelánea, así se llama la revista, tiene que salir cada semana, y por el bien de la publicación Victoria y Julio están condenados a entenderse. Así que, poco a poco, y poniendo mucho de su parte aunque les pese (¡ja!), comienzan a tener reuniones medianamente civilizadas y consiguen llegar a acuerdos. El problema es que la lucha de voluntades enfurecida y sin cuartel por ver quién puede más, les hace ir por unos derroteros que ninguno de los dos imagina. Todo ello para deleite, jolgorio y regocijo del excelente elenco de secundarios y del lector. Un lector que no sabe si tomar partido por Julio o por Victoria, porque si uno es divino en todos los sentidos, la otra es fantástica en toda la extensión de la palabra.
Y la novela va avanzando sin poder despegarte de ella, y no pierde fuerza, ni química, ni tensión sexual, ni tampoco ironía. La autora hace un trabajo tan sublime que consigue no perder el ingenio y la chispa ni siquiera cuando llega la declaración o (¡incluso!) en la última frase de la historia, con lo cual acabas el libro con una sonrisa de oreja a oreja.
Y podría seguir hablando de cierta píldora, de un moño, también de un archivador, de un polvo que no lo es, de un cuarto de baño sin cerrojo, de una fiesta infantil de piratas, de una ecografía, de una conocida institutriz muy borde, ¡y de una lavadora!, pero creo que con que sepáis que la autora es una contadora de historias estupenda, que tiene un sentido del humor maravilloso, que la novela está hilada magistralmente y que cuando la acabas no te la puedes sacar de la cabeza porque es muy, pero que muy, muy buena, es más que suficiente.
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