"A la Hague, un pueblo de Normandía donde el viento sopla con fuerza a lo largo de toda la costa, llega una mujer. Estudia el comportamiento de las aves migratorias, camina sobre la playa brumosa y desolada. Intenta dejar atrás un viejo amor.
Un día descubre a Lambert. Es un hombre extraño, perseguido por una obsesión. Hace años, sus padres naufragaron en un confuso episodio, una noche de tormenta en que las luces del faro se apagaron sin aviso. Con ellos también iba su hermano. En la Hague todos afirman que ha muerto, pero Lambert está convencido de que aún vive.
Claudie Gallay compone una novela intensa, marcada por el pulso inefable del silencio. Una historia de amor y nostalgias, de secretos que nunca se confiesan y conforman la trama oculta de un posible destino"
Vaya por delante que Donde rompen las olas, es una novela de narrativa y no tiene nada que ver con el género romántico, en ninguna de sus vertientes.
Después de leer una sinopsis tan atrayente, me he llevado una tremenda decepción con este libro. Empiezas a leer, pasas una página, otra, otra más... y cuando llegas a la 491, te preguntas, ¿cómo es posible que hayan publicado este libro?.
La novela está escrita en primera persona. Una persona (de ahora en adelante la llamaré "la ornitóloga") que tiene poco que contar, como no sean gaviotas, cormoranes, chorlitos y demás aves marinas. La historia de amor entre Lambert y la ornitóloga es purísima, como si fueran dos personajes de un cuento. No quiero que lleve ésto a engaño, cama hay, pero en una línea y media. Lambert, mira al mar, piensa en su familia y poco más...
En cuánto a la trama no es que discurra lentamente, es que, no discurre. La forma de narrar de esta escritora es a trompicones. Cito "Me encontré fuera. Tú estabas dentro. Tras tus muros. Yo grité. En mi habitación, esa noche, me mordí la mano hasta hacerme sangre, queriendo ahogar los gritos. Una noche más. Otra noche sin ti". ¿Dramático, no?.
A Claudie Gallay, le ha salido una novela casi apoteósica que te deja muy mal sabor de boca. Toda la historia gira entorno a un faro apagado en una localidad costera y a un velero que se hunde con tres personas a bordo (el matrimonio Perack y su hijo de dos años).
Lambert Perack ha regresado al hogar de su infancia, para venderlo. Han pasado cuarenta años desde que el mar se tragó a su familia. Necesita encontrar alguna respuesta, de lo que ocurrió aquella noche.
El resto de los personajes son de lo más extraños, desazonantes y muy grises: Théo, el guardián del faro en aquel fatídico momento, vive su vejez rodeado de gatos. Separado de su mujer porque está enamorado de otra desde niño (la vieja y loca Nan). Nan, que acude al puerto cada dos por tres buscando a un hijo adoptado que dejó la Hague hace años. Nadie parece saber donde está, bueno, nadie no, lo sabe Théo que se cartea con él desde hace veinte años pero qué nunca ha dicho ni mu...
El centro de reunión del pueblo, es el bar de Lili (la hija de Théo). Por allí van pasando uno a uno, los habitantes de este disparatado pueblo. Los hermanos Morgane y Raphaël (la autora deja caer alguna que otra insinuación no concreta sobre su relación). Morgane con su ratón en el bolsillo (¡sí, un ratón!) y Raphäel, el escultor.
Max, un tanto simplón (palabras de Lili), que no deja parar ningún ramo de flores en el cementerio porque siempre les encuentra otra utilidad. Parafraseando a la autora "Max dijo: El tiempo de Morgane es la anulación provisional de todos los tiempos contrarios". Desde luego, la frase no tiene ni pies ni cabeza, pero en labios de una persona como Max, te deja con la boca abierta...
En fin, que por todo lo expuesto anteriormente, ha sido imposible seguir el hilo argumental de este libro. Le he puesto ganas, pero que muchas ganas, pero no he tenido éxito. Quizás carezco del intelecto adecuado. Obviamente, no os recomiendo tortura semejante...
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