PUEDE CONTENER SPOILERS
"Ni el tiempo ni la distancia han logrado enfriar los sentimientos que Amelia alberga en su corazón desde niña y mucho menos el deseo de convertirse en la esposa de Charles Compton.
Viajar a Londres y reencontrarse con el que fuera su compañero de juegos en la infancia, no hace más que reafirmar su amor. Por encima de todo, Amelia desea convertirse en la señora Compton.
Solo existe un pequeño inconveniente: él la ve como a una hermana. ¿Conseguirá Amelia hacer realidad el sueño de toda una vida?"
Amelia Parker es una chiquilla, bulliciosa y descarada, que se escapa de sus lecciones para bañarse en el lago que comparte con sus vecinos, la familia Compton. Un comportamiento nada aceptable para una señorita en pleno siglo XVIII, aunque nos encontremos en el campestre Norwich (donde las reglas del recato son más relajadas que en Londres). Y es que Amelia es una fierecilla difícil de domar, un espíritu libre al que parece que solo comprende el joven Charles Compton.
Charles pasea por el bosque de su propiedad, empapándose de recuerdos. Apenas cuenta con diecisiete años pero ya es un hombre o debe serlo. Su madre no acaba de recuperarse del fallecimiento de su padre y el tío James, les reclama a su lado. Deben partir hacia Londres, lo más pronto posible. Pero antes, sus pies le conducen a la orilla del lago donde chapotea alegremente la pequeña Amelia.
La despedida, como todas, es dura. Charles siempre ha sentido mucho afecto por esa pequeñaja que le sigue a todas partes. Es como la hermana que nunca tuvo. Sin embargo, los sentimientos de Amelia no son tan fraternales. Charles, ante el disgusto de la niña, promete enviarle cartas con frecuencia y quizá, más adelante, una visita.
Van pasando los meses y pronto Charles, falta a su promesa. Pero Amelia continúa escribiéndole y ante la falta de respuesta, simplemente, deja de hacerlo. Cinco años después, los padres de Amelia deciden presentarla en sociedad y gracias a un encuentro casual con Helene Compton (la madre de Charles) parece que el destino vuelve a unirlos.
Amelia Parker ya no es una niña y sus rasgos infantiles, han dado paso a una cara preciosa. Sus ojos azules se posan en Charles y siente como su corazón se detiene, pero no está dispuesta a delatarse. Mientras, el esquivo Charles, al que quieren echar el lazo todas las debutantes, asiste a veladas que antes le aburrían. Mira en su interior y está confuso. Sus sentimientos hacia Amelia no han cambiado, ¿o sí?
Mi primera toma de contacto con Amelia Compton fue leyendo otra novela de la autora, A un beso del pasado. La señora Compton, una viuda rica entrada en años, juega un papel fundamental para la subsistencia de los dos protagonistas en un siglo que no es el suyo. Es un personaje que marca, que te encadila por su vitalidad y alegría. Una alegría que se ve empañada, cuando recuerda a su querido Charles.
Cuando empecé a leer Toda una vida, tuve que cambiar el chip con respecto a Amelia. Necesitaba empezar de cero y no pensar en ella como en la abuelita pícara y vivaracha, que me había cautivado. Tuve que retroceder muchos años las agujas del reloj, dejar atrás a la señora Compton, y dar la bienvenida a la señorita Parker. Con Charles, sin embargo, lo tuve más fácil. Cuando Elaine y John (protagonistas de A un beso del pasado) tropiezan con el carruaje de la señora Compton, y ésta les socorre, Charles ha fallecido hace tiempo. Por tanto, en su caso, no me ha resultado amargo digerir que la vida pasa para todos, que los cabellos se vuelven blancos y la piel se llena de arrugas, que cuando arranca Toda una vida la impetuosa Amelia tiene once años y es como un cervatillo al que su madre, por primera vez, deja corretear por el bosque.
Como os decía, cuando logré abandonar el encorsetamiento en el que estaba atrapada cuando pensaba en Amelia empecé a disfrutar -y mucho- leyendo este relato que nos ha regalado Ana F. Malory. Es corto, fresco, sencillo y merece la pena ponerse con él.
Me gusta mucho cómo va evolucionando la relación entre Amelia y Charles. Les separan seis años y eso se nota. Adoro la escena donde Amelia llora a borbotones porque su príncipe azul va a abandonarla. Charles intenta consolarla con torpeza. Percibes la inocencia del momento, sin los subterfugios que conlleva la vida adulta. Cinco años después, Amelia es una señorita de diecisiete años que está deseando reencontrarse con Charles. Ha madurado y aunque se muera por sus huesos, está dispuesta a que no se la note. Ahora es a Charles, al que le toca sufrir un poquito.
Después de arañar en las vidas de Amelia y Charles, de empatizar con ellos e imaginarlos como personas de carne y hueso, con sus defectos y sus virtudes, me ha sido imposible no pensar en Dianne, su única hija. Una hija crecidita a la que sufrí en A un beso del pasado pero que lógicamente no forma parte de Toda un vida. Aun así, no puedo resistirme a la siguiente reflexión: ¡Qué mala suerte! Dos seres tan estupendos como Amelia y Charles, y les deja la cigüeña un elemento así... Y me pregunto: ¿Dianne fue siempre como una cáscara vacía o la vida la empujó por ese camino?
En fin, me encantaría saber más de los Compton. Ya conozco el amor que les envolvió en su juventud y puedo hacerme una idea de cómo transcurrió la vejez de Amelia (y la dicha que la aportaron John y Elaine) pero no sé nada sobre sus casi cincuenta años de matrimonio. No sé, me resisto a dejarlos marchar y lanzo un órdago a la autora: ¿Te animas..?
LILIAN
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