Me faltaba esta novela para completar la serie de los Talbot. Las dos anteriores me gustaron y esta no podía fallar; la verdad es que tenía ganas de conocer la historia de la hermana, Carla.
Carla es una muchacha de esas que nos gustan, con arrojo, que no quiere casarse con un desconocido porque la sociedad obligue a ello. Se sabe querida por sus hermanos, pero también que tiene vetadas ciertas cosas por el hecho de ser mujer. ¿Le importa? Para nada. Me ha encantado que tenga que valor de pasarse todas esas estrictas normas por la peineta, agarre la maleta y se lance a la aventura, fuera de la protección de los suyos. Y no es de extrañar, porque eso de casarse con el que imagina un vejestorio… ¿No lo hubierais hecho vosotras también?
Me ha gustado su valentía, su aire desenvuelto y hasta su picardía. Es como la brisa, refrescante.
Alexander, sin embargo, es un hombre serio, muy ocupado, no tiene tiempo para naderías y mucho menos para perderlo cortejando a la dama con la que tiene previsto casarse. Carla Talbot pertenece a una buena familia y, aunque solo la ha visto una vez, le ha gustado lo suficiente como para sentirse atraído por ella y aceptarla sin pensarlo más. No cuenta, por suerte o desgracia para él, encontrarse con que su futura prometida está escapando de Inglaterra con destino a Francia. Y eso, no puede consentirlo como caballero que es, herido en su hombría al imaginarse que, tal vez, embarca para no casarse.
Decir que el vizconde Gainsborough me ha encantado sería una obviedad. ¿Cómo no quedarse prendada de un hombre guapo, tierno, capaz de cualquier cosa por complacer a la muchacha… mientras intenta cortejarla?
Ha sido muy bonito ver cómo se van conociendo, cómo se van gustando, cómo se enamorar… Que ambos mientan sobre sus nombres auténticos consigue que la historia sea divertida, que te tenga deseando saber qué sucederá cuando se descubra todo el pastel. No me ha defraudado la reacción de hermanos y cuñadas de Carla, he disfrutado de lo lindo con todos ellos.
Y el detalle final en el jardín… ¡Para comerse al vizconde a besos!
Una vez más, y ya he perdido la cuenta, Ana ha conseguido arrancarme suspiros mientras leía.
Nieves
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